Gregorio Dávila de Tena ha sido galardonado el pasado año 2018 con el
premio del XXII Certamen de Poesía “Pepa Cantanero” de la Diputación de Jaén y
el Ayuntamiento de Baños de la Encina por su magnífico poemario “Hebra de Luz”.
Ejercicios sobre el Cántico.
Hebra de luz es un libro luminoso, muy luminoso, inspirado en versos del
Cántico espiritual de San Juan de la Cruz.
El premio está muy merecido porque estamos ante una obra exquisita,
delicada, con imágenes y metáforas con mucha claridad y como dice el propio autor
al final del libro en el Epílogo, es un canto a la Presencia de la vida que nos
sostiene.
El poemario tiene una dimensión claramente espiritual porque toca lo
inefable, lo que no se puede, o es difícil explicar con palabras, y fluye con
la poesía como lenguaje estético que puede acercarse con su mundo metafórico a
eso que está más allá de las apariencias. Gregorio va desgranando los versos
del cántico espiritual y como fruto que va madurando en el árbol, fue dejando
reposar esos versos y que resonaran en él.
Considero que en esa profundización fue más allá de lo puramente racional o
intelectivo, hacia lo más sensible o sutil, hacia la contemplación y eso se alcanza
con un profundo silencio interior para escuchar el Corazón, el silencio
luminoso y ha dado su fruto, un fruto muy hermoso y revelador.
El libro tiene un preámbulo con un poema maravilloso y en su último verso
se ve esta delicadeza con la que está hecha su poesía.
Mis manos son dos águilas
que cuidan a las palomas.
El núcleo del poemario se compone de La llaga de la serpiente y El huerto
deseado. Desde mi mirada, La llaga de la serpiente es la pérdida de la
inocencia primordial, la pérdida de la gran conexión y El huerto deseado es el
retorno al paraíso desde la madurez del alma, así en su último poema nos deleita
con estos versos:
Y el cerco sosegaba
(S. Juan de la Cruz)
Cuando todo calla,
las brasas de mi piel
y las aristas de mi voz
se calman con tu
lluvia.
Ya no acecha mi ojo,
ya no aferra mi mano,
mi sangre se une a la
cadencia
de la sangre del
universo.
Ya sé dónde la
fuente,
ya sé dónde el
regazo.
Volver a tu casa, al
hogar encendido.
Volver al cuello de
tu abrazo, a la lágrima
de tu cariño.
Gozar de la dulzura
de tu aliento
al
engendrar mi nombre.
Por último, quiero destacar que en este poemario podemos ver la mirada de
Gregorio para captar el misterio en toda la existencia y plasmarlo poéticamente
con tanta dulzura y belleza que despierta en el lector el sabor y el anhelo de
lo esencial.
Este es el hermoso poema con el que se cierra el libro en el Epílogo:
Voy a donar semillas al
niño perdido en los espejos,
el hueco materno no
se llena con un llanto menudo,
voy a buscar caricias
para los pichones sin árbol,
un remanso para las
manzanas y los crisantemos.
Voy a prender
astillas de luz en los callejones,
llevar una cesta de
almendras a los gatos taciturnos,
voy a encender un
candil de esperanza entre mis manos,
adornar con lunares
la comisura de la noche.
Voy a hundir una a
una las conchas en el mar,
soy un náufrago a
caballo entre dos orillas.
Voy a abrir el frasco
de jazmines en la escombrera mortecina
y orear su perfume en
las heridas del mendigo.
Voy a sembrar esta
tierra inculta
con relámpagos de
lucidez,
escribir en los
helechos los signos que leen las hormigas,
voy a celebrar el
retorno del buey en primavera,
voy a abrir la veta
en la garganta de la ternura.
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